21.12.11

Apunte sobre edición digital, my own way

Un joven a quien si tuviera yo una editorial le publicaría algún texto de ficción me preguntó, más o menos, qué onda la edición digital. Y yo escribí esto, entre ePubs y correcciones.


Muchas editoriales están pateando en la misma pista, una pista cuyas transiciones aún no se ven nítidas bajo los reflectores de hoy, pero que les permite a los editores (y a los autores) patinar con la certeza de que la edición digital abre un nuevo camino, es más: abre muchos caminos posibles para llegar a los lectores. Y esas editoriales van desde las más pequeñas (de poesía y literatura), pasando por los proyectos de publicación nativos digitales (aquellos que comenzaron publicando en cd-rom, pdf y websites) y las universidades públicas, hasta los grandes grupos, que tienen decenas de sellos y miles de títulos en su catálogo. (Paréntesis: el caso de la publicación digital universitaria merece un punto aparte: podría ser la vanguardia y tirar pruebas, desafíos, y experimentar, en todo sentido, pero se le complica porque llegó tarde a entender ciertas cuestiones económicas, financieras y culturales de la industria editorial, y todavía está regulando.) 

Si nos deslizamos sobre el universo de la publicación de libros y la zona electrónica-digital, se puede jugar con varias ideas o pensamientos que surgen de muchísimos debates, lecturas y observaciones sobre lo que pasa acá y en otros países, en los que, según se dice, el paradigma digital es “maduro” (sobre todo por la disponibilidad de readers y tablets de marcas, calidades y precios diferentes, y también por la diversidad de tiendas y de bibliotecas desde donde descargar los ebooks). Algunas de esas ideas para rumiar son: 

(1) que la gente sí lee, pero no compra libros; 
(2) que es necesario –para que este nuevo modelo de distribución de contenidos sea afortunado– afianzar, o incluso crear, lazos de confianza entre los lectores y los editores, los autores, y todos los agentes que participan en la industria (en especial, libreros y distribuidores); 
(3) que los contenidos son sociales y todos tenemos derecho a su acceso, offline, y sin monitoreo; 
(4) que la cadena de valor que existe en el libro de papel (esas marcas tangibles de la fuerza del trabajo) también se vea reflejada en la producción electrónica: los saberes, las técnicas y buenas prácticas que hacen al oficio editorial único en su especie, y que nosotros, jóvenes, debemos depurar, refinar y salvaguardar para seguir haciendo los mejores libros posibles; 
(5) que las editoriales con menores recursos también puedan acceder a este –al fin y al cabo no tan nuevo– ámbito, en conjunto con los libreros, y 
(6) que la gente pueda tener libros digitales en formatos de archivo no privativos, con dispositivos baratos y no encadenados a las inmensas empresas del hardware. 

Entre otras tantas y complicadas reflexiones, se incluyen el DRM y las condiciones materiales de comercialización (el “negocio”, pero también la compra, la descarga y la usabilidad de esos ebooks con encriptamiento [DRM] o sin él), los derechos de los lectores (el préstamo y la libre lectura en cualquier plataforma), la propiedad intelectual y los derechos de autor, el rol y los apremios de los editores (por recuperar o intentar recuperar la inversión realizada en la publicación de las obras y obtener alguna rentabilidad, porque son empresas); todo sumado a la lluvia de bytes que habrá, o no, disponible en la web... 

“[E]n el arcaico, pero de moda, negocio de la edición de libros”, tal como escribió William Gibson en los ochenta (Count Zero) de un modo ciertamente distópico y no menos apocalíptico, lo que resuena arcaico (además de, claro, la idea de “negocio”) es la idea de libro como soporte; pero el libro no es sino su contenido y ese contenido debe poder llegar a más personas cada vez, en los lugares más disímiles y alejados del mundo, o acá a la vuelta o en todo el territorio del país, y este es el momento: la edición digital lo permitiría. Escrito sin ánimo de exhaustividad, la edición digital ofrece más oportunidades de publicación, quizás a menores costos, y a menor precio. La edición digital podría simplificar el acceso a la información (muchos leerán en su celular, en su netbook o su computadora, y en tal o cual reader o tablet). La edición digital revitaliza catálogos, puesto que permite volver a editar obras antes inconseguibles y, además, poner a disposición otras más arriesgadas e innovadoras. La edición digital renueva, obviamente, las experiencias de lectura y añade, incluso, una esfera social distinta, cuando se comparten los comentarios o los pasajes de los libros a través de las redes que algunas empresas están desarrollando a ese efecto... 

El libro en papel, dicen algunos, será un privilegio, cada vez más oneroso y para ciertas minorías, y acaso ya lo viene siendo. No resulta utópico ni desmesurado, pues, que todos nosotros queramos leer, aprender, crear, imaginar con palabras escritas y con imágenes y sonidos en el soporte que sea, siempre perfectible, dentro de una cultura libre y sin restricciones. Entonces que avancen los ebooks, que también los libros tal como los conocíamos perduren y lleguen a nuestras manos, dentro de un mundo de la edición y una industria cultural con sus propias –propias– reglas, tiempos y fantasías realizadas. Y que haya más libros para más. Urge seguir pensando y haciendo, porque hay muchas cosas por resolver e inventar todavía. 

Así es como lo vivimos muchos de los que trabajamos (que nos sustentamos intelectual y económicamente) con la producción de libros. Y formar parte de una nueva generación de editores y de trabajadores editoriales hoy exige aguzar las competencias, no solo tecnológicas, sino también –aunque suene redundante– textuales, gramaticales y de mundo: “hablar es fácil, mostrame el código”, es una frase (robada de la programación informática) que nos podría diferenciar con respecto a los agentes que no vienen de la industria de la edición pero que están incursionando en ella. Nosotros conocemos el código, venimos de los libros (contenidos) y vamos hacia los libros (contenidos), en los formatos existentes y por crearse –como empiezan a cranear los contratos de edición–, y todo con la mente abierta y despierta. En lo posible. 


12.12.11

Emoción con mi libro autografiado por Elsa Bornemann, Lobo Rojo y Caperucita Feroz, editado por Alfaguara Infantil. (Gracias a Ceci Criscuolo, Violeta Noetinger y Luc Aguirre C. por este libro tremendo!)


4.12.11

Jorge Álvarez

"El editor argentino era o republicano, de la época de la Guerra Civil, como Losada por ejemplo, o argentino de las clases altas, como Emecé o Sudamericana. Pero todos parecían editores europeos. El editor europeo es un editor más clásico. Y yo era un editor más norteamericano. No “sacralizaba” al libro, como decía David. Yo vendía libros como podía vender también zapatillas o cualquier otra cosa. Porque no le daba el carácter sagrado que le daban los otros, que editaban un libro y parecía que editaban La Biblia. Para alguno de los viejos editores yo debía ser un loquito. Sí, yo era un loquito, pero la gente iba a las librerías y preguntaba cuál era el último libro que había sacado Jorge Alvarez. Y eso no pasaba con otras editoriales. La gente a las librerías iba y compraba un libro por el autor, por el tema, pero que fueran y preguntaran por el último libro de una editorial, eso sólo pasó con Jorge Alvarez."


"Sucede que yo vivo de mi intuición. Mi talento siempre ha consistido en manejar bien el talento de los demás. Cuando X tiene un poco de talento, yo lo puedo proyectar un poco más de lo que lo proyectaría él. Me dedico a eso. Y por eso tengo mecanismos distintos. Los únicos datos que tengo son la piel y los ojos. Hay que saber tocar y saber ver. Nada más. Cuestión de poro."

Entrevista a Jorge Álvarez: “A esta década le hace falta un tipo como yo” por Ariel Idez y Juan J. Mendoza, Revista Ñ #427

3.12.11

esos buenos editores jóvenes

Como una forma de contracultura o de reposición de todo aquello que las grandes editoriales y los buscadores de best-sellers no publican surgió, desde 2001 a esta parte, un número interesante de editoriales independientes, que traza un mapa posible de la literatura argentina.

Gog y Magog, Ediciones Stanton, Clase Turista, Pánico el Pánico, Spiral Jetty, por Belén Iannuzzi en Revista Cítrica.


 
"Lo de independiente para mí no existe, me parece un absurdo porque un editor o librero independiente depende de otras esfuerzos, habilidad, trabajo, suerte y sabiduría."


"[...] en nuestro país pasa algo que en ninguna otra parte ocurre, muchas librerías pueden asociarse a través de intereses heterogéneos a las editoriales independientes."


Luis del Mármol, editor, distribuidor y librero, en TélamMás de 15 sellos independientes argentinos entran a México.